Mismo crimen, diferentes voces

Mismo crimen, diferentes voces

CRIMEN DE LAS SALINAS

Lucas Distéfano / 62’ / 2016 / Argentina

Ramón Cáceres, un jubilado de setenta y siete años, se casa con Norma Aveldaño, de treinta y tres, en la ciudad de Deán Funes (Córdoba, Argentina). Tres años después, en 2005, ella y su hermano matan a sangre fría a Cáceres en San José de Las Salinas, el lugar donde residían, un pequeño pueblo de la provincia de Córdoba de apenas setecientos habitantes. El cuerpo lo arrojan en el pozo de un aljibe, y logra ser rescatado gracias a los rebuznos inquietos del burro propiedad de un vecino del difunto. Cinco años más tarde, el Tribunal Superior de Justicia de Córdoba condena a Norma Aveldaño y a su hermano a cadena perpetua.

Se trata del único crimen registrado en el humilde municipio, por lo que el caso conmocionó a los vecinos. En el documental Crimen de Las Salinas el realizador Lucas Distéfano regresa al lugar de los hechos para la reconstrucción del susodicho crimen, que en primer lugar es descrito por una voz en off en lenguaje técnico y policial; acto seguido, la reconstrucción del mismo se teje mediante el testimonio de los vecinos y los curiosos de la zona. De manera que, igual que en Reservoir Dogs nunca vemos el atraco sobre el que pivota la película, en Crimen de Las Salinas tampoco aparece el menor rastro visual del asesinato (que, lógicamente, sería, en todo caso, una recreación): cada uno debe, por tanto, sacar sus propias conclusiones partiendo de los diferentes puntos de vista que proporcionan los entrevistados.

Se trata de un planteamiento honesto por parte del director, que revela su decidido interés en no condicionar el juicio de los espectadores: tomando como base un hecho objetivo (el crimen), las causas que originaron ese hecho objetivo deben ser resueltas a título personal tras haber atendido a una interesante amalgama de elucubraciones y conjeturas. (Ahora bien, hay que tener cuidado con la fiabilidad que se le concede al lenguaje verbal, pues si bien sirve para comunicarnos, tampoco es garantía última de veracidad, ya que, como ha señalado José Antonio Marina, “con la palabra nació la comunicación, pero también la mentira, y nuestra maquinaria de formar creencias resulta engañada con facilidad”. De manera que, tomando como base la afirmación de Marina, podemos considerar la comunicación verbal entre humanos como el primero de los simulacros –o hiperrealidades– que Jean Baudrillard acuñó para definir la sociedad de consumo consolidada tras el falaz “fin de la historia” que divulgó el politólogo neoconservador Francis Fukuyama.)

Distéfano permite que cada vecino dialogue con una peluquera mientras le cortan el pelo, y mediante estas conversaciones casi domésticas es como vamos enterándonos de las motivaciones que pudieron llevar a Norma Aveldaño y a su hermano a ejecutar el cruento crimen (la opinión más extendida es que lo hicieron para que ella cobrase los mil quinientos pesos del marido; como revela uno de los testigos, es muy frecuente que a lo largo y ancho de la provincia de Córdoba mujeres jóvenes se casen con ancianos impulsadas por la cuestión económica, emulando, a escala costumbrista, el hortera ejemplo de la playmate Anna Nicole Smith con el nonagenario multimillonario James Howard Marshall).

Lo mejor de la propuesta de Distéfano de dar voz a los diferentes lugareños es, no obstante, que el asesinato de Ramón Cáceres acaba convirtiéndose en una eficaz excusa para adentrarse en las duras condiciones de vida de San José de Las Salinas, el desértico y tedioso pueblo cordobés que subsiste gracias a sus trabajos con la sal.

Benito Romero

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